martes, 10 de agosto de 2010

El libro no puede morir

Viñeta de Kalvellido

Hoy día vivimos en un mundo unido por un extraño cordón umbilical, una red que nos aglutina, nos permite (hasta hoy) mantenernos informados, contrainformados, podemos, es cierto, saber en el mismo instante los horrores que suceden en cualquier parte de mundo y levantar la palabra para golpear con su puño sobre la mesa. Pero esto me hace pensar también que esta especie de gruta a donde hemos ido llegando voluntariamente, en donde hemos ido dejando nuestras conexiones, nuestra libertad de decir, pronto cerrará sus fauces y nos quedaremos a oscuras.
Volveremos al principio.
Se dinamitará la red en la que nos sujetamos unos a otros y sólo quedarán a salvo e íntimamente unidos aquellos que sean dóciles, aquellos que no se hayan ido enlazando por afinidades subversivas.

Pero más allá de esta amarga profecía sobre la que hoy escribo me preocupa que desde voces más o menos alternativas se insista tanto, haya un afán tan desmedido en matar al libro, en defenestrarlo, como si fuera un triste ser en agonía. Es frecuente que los que defienden esta muerte lo hagan con argumentos ecológicos y es verdad también que en la medida de lo posible creo que debemos estar alerta con respecto a este derroche y salvajismo medioambiental que nos presagia una tierra yerma, pero también es verdad que matando al libro, fomentando el uso casi exclusivo de la difusión del pensamiento, de cualquiera de sus expresiones literarias, a lo virtual, condenamos a la gran mayoría de la humanidad a la más completa y certera ignorancia.
Sólo un 1% de la población mundial tiene acceso a un ordenador, si a este 99% restante ya le resulta complicado poder tener un libro entre sus manos, ¿imaginamos què será cuando definitivamente haya muerto y sólo sea a través de esta pantalla donde poder conseguir un poco del saber, un poco de la conciencia que les apoya y les defiende?, ¿de qué va a servirnos el esfuerzo si quedará para unos pocos privilegiados?
Serán palabras mudas.
Esto es lo que defendemos al justificar la muerte del libro, esto es lo que abanderamos, este crimen antiguo, esta vez más sofisticado, esta vez sustentado por la ingenuidad de muchos de nosotros que queremos un mundo mejor, más sostenible, pero donde olvidamos a la inmensa mayoría y la imperiosa necesidad de no dejarlos moribundos de saber, a la deriva.

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