miércoles, 29 de abril de 2015

Javier Verdejo


Javier Verdejo, joven almeriense asesinado por la guardia civil el 13 de agosto de 1976 por escribir en una pared: “pan, t…”
No le dio tiempo a más. Pan, trabajo y libertad.

Tropezó la democracia con tu garganta.
Tropezó y cayó muerta por las balas.
Muerta.
Murió  en manos de quienes
 amortajaron el cadáver y limpiaron la historia
hasta casi borrar tu nombre.

Murió la democracia aquella noche larga.
Aquella noche la mataron.
No solo el tiro la mató,
no sólo la mató la sangre impune derramada,
no sólo la mató la ira de los que siempre mandaron callar
a golpe de fusil y de sotana.
.
Mataron la democracia los que siguieron como si nada
después de aquella madrugada.
Los que urna a urna
usaron lejía para blanquear las  muertes prematuras.

Los que urna a urna siguieron pa`lante,
los que urna a urna se cruzaron de brazos,
se encogieron de hombros,
y cerraron los ojos  ante la barbarie.

Mataron la democracia,
la mataron de un tiro o de varios
cuando escapabas, Javier, con tus palabras.
La mitad las dejaste escritas  en un muro,
la otra mitad  son hoy coágulo.

domingo, 12 de abril de 2015

Si me callara


Si me callara como callan los condenados la noche previa,
como callan los verdugos a la hora de la muerte,
como calla el público que contempla el final del inocente.
Si me callara entonces, cuando callan todos,
cuando la víctima se tambalea,
cuando el silencio clava dientes y  uñas en su vientre,
cuando los cautivos, sedientos y solitarios,
muerden sus lenguas por miedo a morir
sin nombre, sin sol y sin lápidas.
Si me callara como callan todos
cuando los cuerpos caen
y su sangre se derrama viscosa
y su recuerdo se olvida a toda prisa
y su hambre y sus andrajos y sus quejas
quedan como simiente
del horror de nuestra afonía.
Si me callara entonces, como callan todos
los que saben que mueren inocentes,
que matan inocentes,
entonces, decidme,
 si me callara,
¿para qué  serviría estar viva?
¿para  qué serviría?

sábado, 11 de abril de 2015

Imaginemos


Podría imaginarse un mundo peor, más oscuro y desgarrado donde los trabajadores vayan al tajo como esclavos, donde sólo haya sobre la mesa una supervivencia que renquea por el frío la escasez y el cansancio.
Podría imaginarse un mundo más tenebroso donde el agua no discurra por las casas, y la luz desaparezca por las noches y los ancianos agonicen con su dolor, con sus úlceras y sus meados y la memoria sea uno más de los derechos acribillados.
Podría imaginarse un mundo terrible y desdichado donde ausentes, cabizbajos, hablemos bajo, donde dios haya sido sustituido por múltiples diositos de mercado, donde las casas sean jaulas y las calles sean jaulas y las ideas se aletarguen entre rejas.
Podría imaginarse un mundo violentado, donde la mujer viva para parir esclavos, donde las fronteras estén tan afiladas que corten las yugulares, donde las banderas  sean pocas y poderosas y ondeen por toda la tierra.
Pero no hace falta imaginarlo.
La vida hoy es tan poca cosa que se mueren suicidados, que se mueren de pena, que se mueren sin importar las causas, sin importar quienes son los responsables.
La vida hoy es tan poca cosa que los que caen hambreados son sólo una estadística.
Los que caen masacrados son sólo un daño menor o no son daño porque son negros, llevan turbante o son indios.
Los que caen sin dignidad en las puertas de las iglesias, en las filas del hambre, en la mendicidad puerta a puerta, son una molestia.
La vida, el derecho a vivirla abrigados y nutridos de pan y de letras, es un privilegio reservado para una minoría.
Para esa minoría que nos arrastra por la Historia dejando cadáveres sin nombre en las cunetas, que nos explota siglo a siglo, que nos pone contra las cuerdas, a esa minoría nada importa salvo aumentar los beneficios a nuestra costa.
A esa minoría poco importan las muertes que fabrica.
Poco importan la sangre y los alaridos.
Las tierras arrasadas, las lluvias de plomo, el cielo abrasado y sin estrellas.
A esa minoría que es dueña de nuestras vidas, de nuestras cadenas, de nuestro pan y de nuestras risas les importa un bledo que millones de personas ahora mismo hayan perdido la cuenta de los días que llevan sin pan y sin trabajo.
No hace falta imaginar nada, no hace falta mirar hacia el mañana para comprobar que todo está oscuro, que el mundo vive un invierno donde nada es fecundo. No hace falta pasar las hojas del  calendario, ni utilizar una brújula que nos lleve al lugar donde están los desesperados.

Nada de eso hace falta, basta con mirar de frente, basta con reconocer un par de banderas y un puñado de apellidos para saber quienes son los culpables de que estas vidas, nuestra vidas, sean mutiladas y vendidas gratis o casi de balde.

lunes, 6 de abril de 2015

La explosiòn

Hola ¿nos ayudas?
¿Cómo puedo ayudaros?
Por favor, cuenta lo que está sucediendo en Úbeda con 200 familias.
¿Y qué sucede?
Les han cortado el agua porque no pueden pagarla, hay niños y ancianos, y las fuentes de la zona donde viven han sido bloqueadas pa que no hagan uso de ellas.
Esta fue la conversación  que tuve con Rosa.
                        

El objetivo de los poderosos es que el sistema no funcione.
Cortar el flujo de monedas para que, poco a poco,  las familias, sean incapaces de asumir el coste de la vida.
Cortar el flujo de trabajo para que las deudas aumenten y estar subyugados a empleos a destajo, a veces de balde, a veces, pagados.
Cortar el flujo de prestaciones.
Cortar la lengua pa que nadie se queje de tanta mierda.
Y después, sobre toda esta tierra arrasada, clavar el miedo en el tuétano y construir una sociedad eficaz donde nadie alce la voz, donde sólo  se trabaje y se vea la tele.
Los desarrapados ya no cuentan, de esos que se encarguen los solidarios.
SI hurgan en la basura, ¡candados para los contenedores!
Si usan el agua que es de todos. ¡Anuladas las fuentes públicas!
Si duermen en los portales, mano dura y que les quemen.
Si son extranjeros, a su país de origen.
Si son nacionales ¡amenazadlos!
Si están enfermos, negadles la medicación y que se mueran.
Si son jóvenes, que emigren o se queden pa ser carne de andamios en precario y  bien callados.
Si son viejos, no  sirven.
Si están desempleados, no  sirven.
Si están embarazadas, no  sirven.
Si carecen de salud, no  sirven.
Si están empobrecidos, no  sirven.
 La democracia nos ha declarado la guerra, va dejando millones de muertos en las cunetas de la opulencia.
Los gobernantes, siniestra soldadesca de los mercados, se tapan los oídos pa  disparar a bocajarro contra los emputecidos, son  francotiradores en esta tierra hostil y acribillada.
 Pero ¡tenemos libertad! (pa elegir a nuestros tiranos).
La sociedad en la que sobrevivimos convierte en animales de carga a los trabajadores.
A las mujeres en incubadoras.
A los empobrecidos en invisibles.
A los que hacen ruido en criminales.
Pero lo cierto es que mientras escribo estas letras, en Úbeda, en Santander, en Hospitalet o en Cuenca hay quienes no pueden apenas ponerse de pie por el enorme peso de sus deudas, no pueden pagar la luz y el agua aparece sólo en los sueños de los niños.
Lo cierto es que son delirantes las filas del hambre, son terroríficas las desesperaciones que se suman, los suicidios diarios, los desahucios diarios, la gente aceptando, humillados, empleos de esclavos y la rueda gira y gira, tritura y tritura.
La zanahoria no se alcanza, es imposible alcanzarla.
Y se deshidratan los pueblos, se mueren de sed y desesperanza.
Sólo la explosión  de los jodidos podrá detener la guerra. Sólo nosotros, esta inmensa mayoría podrá frenar estas democracias impostoras y suicidas.