sábado, 21 de noviembre de 2015

La tele y los malos


Soy una mujer corriente y  tengo la insana costumbre de sentarme en el sofá y encender el televisor. Al instante empiezo a sentir  como si a mi mente le hubieran declarado  la guerra; me bombardean por todos los flancos con imágenes estremecedoras, me cuentan relatos espeluznantes, me muestran mapas, libros, razones y banderas.
Me explican con todo detalle quienes son los malos y por què es urgente neutralizarlos.
 A todos, porque  entre ellos, mezclados, están los peores, los que se colocan el cinturón de metralla, los que degüellan frente a la pantalla, los que toman droga y disparan a todo el que se mueva.
Son mis enemigos entonces, los culpables de las masacres, pero sólo de las masacres que suceden en Occidente, las demás qué y a quién importan.
Quieren vengarse, por eso matan.
Quieren someternos, por eso matan.
Quieren que todas las mujeres nos tapemos la cara, por eso matan.
Quieren imponernos un diosito que lleva turbante y barba, por eso matan.
Después salgo a la calle  y veo personas similares a las que me mostraron, igual vestidas, igual de escurridizas, hablan igual de raro y se arrodillan cinco veces pa rezar mirando hacia un mismo lado,. Tienen muchos hijos. Viven de prestado, llenan los barrios de ruido, de esencias, de cantos raros.

Les miro sin parpadear por si alguno de ellos hace un gesto extraño y volamos.
Ojalá se vayan todos.
Regreso a casa, me siento enfrente del televisor y escucho que Francia ataca  a Siria de nuevo.
No me extraña, pienso, son muy malos.
Francia debe matarlos.
Francia debe cerrar sus fronteras a cal y canto, expulsar a todo el que pueda, detener a los más jóvenes, porque son los más sospechosos, iniciar una cacería donde no hay jungla si no ciudades luminosas y asfalto.
¡Ay, Francia, cómo defiendes tu patria ¡
¡Ay EEUU, cómo apoyas a  quienes sufren las consecuencias del terrorismo islámico¡.
Qué suerte tener al imperio sobrevolando también nuestro espacio aéreo.
Se ha hecho tarde, me voy a la cama, dormiré plácidamente porque sé que aunque me vigilen de día y de noche, aunque me detengan por estornudar  o por gritar verdades al aire, lo hacen para protegernos de ese  enemigo que está en todos los lados
Y ya no me importan esos seres humanos que se agarran a la valla tan desesperados, no quiero que vengan, muchos vienen a matarnos.
Y quiero que echen a todos, no me gusta que sus hijos se mezclen con los míos, no me gustan esas madres que llevan pañuelos en la cabeza y visten de largo.
No me gusta que hablen su idioma porque seguro están conspirando para atacarnos.
No me gustan, no.
 Los veo todos los días detrás de la pantalla, unos en Bélgica, otros en Paris, bien diseminados.
Qué bien que controlen las calles, qué suerte estar vigilados, qué bueno es saber  que detendrán a todo aquel que les parezca raro.
Qué patrias tan grandes, que guerras tan justas, castigan a los malos  y los buenos, tan buenos, se unen pa derrotarlos.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Biografìa poètica


Cuando me preguntan cómo llegué a la poesía mi respuesta es: rota y a los 28 años.
 A esa edad  se produjo un quiebre en mi vida, algo así como una tormenta interior que me sacudió dejándome en ruinas.
En aquel año o en los meses siguientes descubrí que el cordón umbilical que me unía a la vida era la palabra y a través de ella, atravesada por ella, encontré la poesía y me quedé a su lado.
Recuerdo aquellos días, de pie, en las librerías, leyendo los libros que no podía comprarme, descubriendo autores, memorias, ecos de sentimientos que yo también guardaba.
Hora tras hora, semana tras semana, leía voraz y gratuitamente.
En aquellos dos años que me costó encontrar a Silvia entre los escombros, nació un poemario que titulé “Y que hablen en mis palabras todas ellas”. Me atreví a reescribir la historia, a poner voz a mujeres de la Biblia, a mujeres de la mitología, a mujeres escritoras, a mujeres que hicieron historia y las dejé hablar, como yo pensaba que debían hacerlo. Sin los mandatos del patriarcado.
Y con aquel poemario, sin madurar y sin publicar marché a México, al encuentro de mujeres poetas del País de las Nubes de Oaxaca. Nunca pensé que permitirían a una poeta como yo, (que recién empezaba), compartir con poetas del mundo versos tibios de una mujer de la que nada se sabía.
Sucedió que mis poemas llegaban a la gente, a los jóvenes en las universidades, a los empobrecidos en las plazas. Me sentí unida a todos los que en medio de aquel silencio reverencial se rompían al terminar.
Regresé a casa con el convencimiento de que ese era mi lugar en el mundo. Había nacido dos veces. El último parto de mí misma, sin lugar a dudas, era el de poeta.
Seguí escribiendo, día a día, arrancando horas del sueño y del cansancio, evadiéndome en los trabajos en los que mientras limpiaba casas o cuidaba enfermos o servía cervezas en los bares yo pensaba en los versos que escribiría o en los poetas que iba conociendo.
A los meses de aquel encuentro en Oaxaca, volví a México, esta vez a Ciudad Juárez. Después fui a Argentina, después a Cuba, países que abrazaban mi poesía, personas que se interesaban por mi escritura, por mis libros, por mi manera de interpretar el mundo o la realidad o la palabra.
No dejaba de escribir, había auto editado un libro, había escrito otro de canciones de cuna, otro de elegías, gané un premio con otro poemario, publicaron otro a mi regreso de Palestina y auto edité otro, el último, “Los partos de la bestia”.
De esto hace ya algunos años.
Pienso que no soy una poeta mediocre, me tomo muy en serio este oficio.
Me tomo muy en serio la responsabilidad que tengo como escritora con conciencia.
He andado un camino largo, he tenido la suerte de encontrar mujeres y hombres extraordinarios, que me han confiado sus desasosiegos, sus luchas, sus miedos, sus esperanzas. Mi poesía se ha acercado a ellos con las manos limpias, con el respeto que merecen los que apuestan todo o nada para mejorar nuestras vidas. Las de todos.
Ahora mismo estoy inmersa en la escritura de un poemario nuevo.
Como otros libros que he escrito nace de un viaje. En otro país, Andalucía.
Va creciendo al mismo ritmo que voy dinamitando mis fronteras mentales, al mismo ritmo que voy dándome cuenta de que la historia es un archipiélago donde aisladamente cada pueblo intenta curar unas heridas que sólo el océano de la infamia causa.
Y como siempre, mientras voy arrancando versos, nombres, estructuras al imaginario me surgen preguntas sobre la inutilidad de lo que hago o la difusión escasa que tendrá mi esfuerzo o si realmente merece la pena gastar tiempo y dolor en un proyecto que estará, como ha sucedido tantas veces, rodeado de silencios
Por eso me urge recordar aquellos días cuando leía mis poemas primeros en las plazas de los pueblos mexicanos y sentía que era útil, que para ellos era útil que una mujer llegada desde tan lejos fuera el eco de sus corazones.
Cuando vuelvo atrás y recuerdo tantos ojos, tantos pueblos, entonces los silencios que me rodean, se vuelven necios.
Creo que debo continuar escribiendo, no sólo estos poemas que se caen de mis manos desde que vine de Andalucía, también  otros, hasta el fin de mis días.
Quizá es cierto que no sirven de nada, pero he visto demasiados hombres y mujeres eternamente callados y por esos pocos que aún gritan merece la pena asumir cualquiera de los riesgos.
Como decía al principio llegué a la poesía tarde, sin andamiajes académicos. Le doy las gracias por acercarme a la muerte y a la risa y por permitirme saber que la ternura es posible.
Me regaló la voz y me puso a andar en este difícil camino de ser libre.