miércoles, 7 de febrero de 2018

El 8 de marzo no es una fiesta



No iré a la huelga el 8 de marzo en tono festivo.
No iré con un tambor, ni globos, ni cantaré canciones pegadizas, ni abrazaré a mis hermanas como si fuera victoria salir a reivindicarnos.
Me tomo en serio esto.
Los asesinatos no me dan risa.
Las violaciones tampoco.
La explotación laboral no me da alegría.
La situación de la mujer en el mundo entero me parece suficiente razón para ponerme seria y levantar el puño, no para levantar las manos moradas.
Me dio vergüenza ajena la exhibición de abanicos rojos en la gala de los Goya.
Me avergüenza oír a mujeres hablar de feminismo encorsetadas en un Chanel.
Soy mujer pero sobre todo soy mujer trabajadora.
Me importa un pito lo que haga Arrimadas. Ella representa a una clase que es mi enemiga.
Y no deseo que esté en mi mismo lado, ni siquiera este día. Para nada.
Iré para recordar que aún hoy se nos golpea en casa y en la calle.
Iré para recordar que se nos mata, que se nos acosa, que se nos humilla, que nos quitan los hijos o nos obligan a alquilar las tripas para fabricar niños que serán de otros sólo porque pagan al contado.
Iré para recordar que somos la mitad y por eso mismo las más pobres del planeta, que trabajamos por una limosna, que sostenemos nuestros hogares, que cuidamos de nuestros enfermos, que nos tratan como objetos.
Que los trabajos más precarios los realizan mujeres, cargando peso como mulas, en las maquilas, en la prostitución, en el campo, en las ciudades.
No iré a pasármelo bien.
Iré para recordar que sin conciencia de clase el patriarcado nos gana por goleada.

Si la muerte tiene nombre de mujer, debe tenerlo también la rabia.

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